lunes, 25 de noviembre de 2013

LA LOCUACIDAD, si alguien quisiera definirla, parecería ser una incontinencia de palabra.

El locuaz es un individuo de estas características: ante cualquier cosa que le haya dicho la persona con quien se ha encontrado, él replicará que no es así, que está muy bien informado y que, si le presta atención, le pondrá al corriente del asunto. Mientras que aquél le contesta, él le interrumpe diciendo: "No te vayas a olvidar de lo que quieres contar", y "Haces bien en recordármelo", y "¿Qué interesante es cambiar impresiones!", y "Algo que pasé por alto", y "Has captado al vuelo el asunto" y "Desde hace un rato yo estaba esperando para ver si llegabas a la misma conclusión", y le gratifica con otras salidas como éstas, de forma que el interlocutor no tiene tiempo ni de respirar. Después que ha dejado fuera de juego a todos, uno por uno, aún tiene arrestos para acercarse a los que forman una tertulia y provoca que salgan huyendo, aunque estuvieran hablando de sus negocios. Asimismo, cuando entra en las escuelas y palestras, impide que los alumnos continúen sus tareas, hasta tal punto de distrae la atención de los que dirigen los entrenamientos gimnásticos y de los maestros. A los que le dicen que se van, él es capaz de seguirlos y de acompañarles hasta la puerta de sus casas. Cuando está al corriente, informa de los asuntos de la asamblea y, además, pasa a contar el enfrentamiento verbal entre oradores que tuvo lugar hace ya tiempo, durante el arcontado de Aristofonte (Se refiere al proceso de la Corona que se celebró en el año 330 a. C. y que tuvo como protagonistas a Esquines y Demóstenes), y los discursos que él mismo llegó a pronunciar ante sus conciudadanos con gran éxito. Al tiempo que sigue con su relato, lanza invectivas contra la multitud, de manera que sus oyentes pierden el hilo, cabecean o se marchan, dejándole con la palabra en la boca. Impide con su verborrea que se desarrolle el juicio, cuando forma parte de un jurado, que se contemple el espectáculo en el teatro y que se coma a gusto en una cena. Asegura que para un hablador es un tormento permanecer callado, que la lengua está en su elemento y que, aunque corriera el riesgo de parecer más charlatán que las golondrinas, no podría estar en silencio. Incluso soporta las burlas de sus propios hijos, los cuales, cuando quieren dormirse, le suplican que les hable: "Papá, cuéntanos algo para que nos entre sueño."
-Teofrasto-



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