Sus poemas y novelas son en gran parte, circunstancias motivadas en algún episodio de su vida, efusiones espontáneas y sinceras de su alma apasionada. No se detiene a llorar como una viuda sobre los ríos fugaces. Los amores frustrados no le hacen atormentan con vanas voces los ecos. Su serenidad es inalterable. Reconoce sus equivocaciones y sonríe como ante locuras pueriles. Despide sin gran duelo a sus ilusiones desvanecidas y no intenta vanamente retenerlas. Pero a sus sombras bríndales eterno albergue en el templo del arte. Hácenos siempre la impresión de una eterna crisálida, de un ser en perpetuo trance de devenir, que sale de un estado para entrar en otro; de una persona que va recorriendo sucesivamente con el mismo interés, unas tras otras, las salas de la vida. De ahí ese lenguaje afable y cortés que tiene para todo, esa pulcra benevolencia que repugna todo violento apóstrofe. Cuando en sus relaciones con las criaturas empieza a apuntar algo peligroso o molesto, Goethe vuelve la espalda, ahorra polémicas y escenas trágicas y emprende la fuga salvadora, de igual modo que el pájaro levanta el vuelo silencioso y preciso. La personalidad: Ser o no ser.
Por ese sentimiento de relatividad que lo anima, aparece exento de toda presunción y sabe discernir las falsas tendencias que en él se dan de las auténticas, y reconoce sin demasiada pena su incapacidad para la pintura, que, sin embargo, tanto le apasiona y lo atrae...
Sintiendo Presencias Invisibles
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