martes, 7 de agosto de 2012

Orfeo era hijo de Apolo y la musa Caliope. Su padre le regaló una lira y le enseñó a tocarla. Aprendió a hacerlo con tal perfección que nada podía resistirse al encanto de su música.



No sólo seres humanos sino que incluso las bestias salvajes se calmaban con sus melodías y se reunían amansadas a su alrededor y entraban en trance con su canto. Incluso los árboles y rocas eran sensibles al hechizo; si los anteriores se reunían a  su alrededor, éstos relajaban algo de su rigidez, ablandadas por sus notas.

Orfeo, con su láud, hizo inclinarse
ante su canto a los árboles y a
las heladas cimas de las montañas.
Ante su música, plantas y flores
los brotes, el Sol y la lluvia
hicieron una larga primavera.

Todo el que le oyo tocar,
incluso las olas del mar,
reclinó la cabeza.
En la dulce música hay tal arte
que mata las penas y el dolor del corazón
se duerme o, al oírla, se muere.
-Shakespeare-

SINTIENDO PRESENCIAS INVISIBLES


                     

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