sábado, 6 de septiembre de 2014
INTRODUCCIÓN a "Las alas rotas de Gibran Khalil" por Amalia Navarro Mateo.
El Líbano ha sido llamado con razón "Puerta de Oriente". Es una tierra en la que el espiritualismo al que fuerza la reseca soledad del desierto se mezcla con el humanismo indolentemente vitalista al que impele el azul intenso del Mediterráneo. Con sus famosos cedros -símbolo en el centro de la bandera nacional-, fenicios, griegos y romanos construyeron sus naves, los egipcios fabricaron sus sarcófagos y todos los pueblos de los alrededores labraron las vigas de sus templos, dejando a cambio las huellas de sus raíces impregnadas de sus concepciones particulares del hombre, de la mujer y del mundo. Cruce, pues, de culturas y, en consecuencia, tierra fecunda para que crezca la tolerancia, el respeto hacia lo que merece ser conservado y ese sano escepticismo liberador que permite romper con la cerrazón de la creencia presuntamente inamovible y abrir de par en par todos los poros de la sensibilidad a la naturaleza y a los afectos humanos.
Gibran Khalil Gibran nació en Bcherri el 6 de diciembre de 1883, la ciudad típicamente libanesa que se levanta sobre una meseta, junto a uno de los acantilados de Wadi-QUADISHA (Valle Sagrado).
(En otra ocasión me dijo, señalando los cuadros esculpidos del templo: "En el corazón de esta roca están dos símbolos que reflejan la esencia de los deseos de la mujer y que revelan los secretos de su alma, que oscila entre el amor y la tristeza, entre el cariño y el sacrificio. El hombre adquiere gloria y fama, pero la mujer paga el precio.")
Marpin y la Rana.
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