Su madre se percató de que cada vez que ponía a su bebé ante un espejo, éste lloraba desconsoladamente. Persistió la aversión a los espejos durante su niñez y adolescencia, evitando siempre mirarse en ellos o simplemente pasar por delante.
Cuando se casó, en su nueva casa sólo había un espejo que su esposo puso en una habitación donde ella nunca entraba.
Un día, encontró una nota. Él se había ido con otra mujer para siempre cansado de sus manías y rarezas. Como una automata, se dirigió al cuarto del espejo. Temblando de miedo se puso ante él. Ya nada importaba.
Un día, encontró una nota. Él se había ido con otra mujer para siempre cansado de sus manías y rarezas. Como una automata, se dirigió al cuarto del espejo. Temblando de miedo se puso ante él. Ya nada importaba.
Desde el otro lado, la faz terrible le sonrió maliciosamente.
-Llevo muchos años esperándote. Ya es hora de que vengas conmigo -dijo mientras le tendía una especie de mano.
Ella dió un paso adelante, asiendo aquella garra helada. La superficie del espejo se desdibujó como si fuera de espuma y se tragó su figura como el mar se traga un barco naufragado.
Presencias Invisibles
Bello, maravilloso e impresionante. Me desxlumbró. ¡Felicitaciones!Un abrazo.
ResponderEliminardeslumbró, me corrijo
ResponderEliminarMil gracias, Alma.
ResponderEliminarUn abrazo.