sábado, 18 de febrero de 2012

BENITO PÉREZ GALDÓS acierta a plantear los problemas de conciencia con una imponente precisión, con una valentía que da escalofríos.




Benito Pérez Galdós acierta a describir el físico de un ser con los mismos trazos pasmosos, impecables de fidelidad, con que lo hizo el pincel más exacto de Velázquez; y, a la vez, con la sensibilidad y con la sensación profundamente realista, esto es : una mezcla de piadoso patetismo y de cálida ternura espiritual con que Velázquez movió sus pinceles, y en sus mismo tonos plateados, y grises, y carmines, que son los tonos del fervor humano.
Galdós acierta cuanto novela a no salirse ni un solo momento de la zona de la zona compleja y seductora en que se mueven los hombres y las mujeres y a reflejar los caracteres. Galdós no tiene fama internacional la fama que se merece -cuando menos pareja a la de Balzac y Dickens-, débese a la absurda incomprensión de una parte de la opinión española, y, de otra, a la labor nefasta de aquella generación española llamada del 98, compuesta de muchos y verdaderos talentos mal enfocados.
Parte de la opinión no supo -o no quiso- separar al Galdós novelista del Galdós político. Y la repulsa inexorable que le mereció éste envolvió a aquél. Los militantes de la generación aludida creyeron que su única misión-para liquidar con lo pasado y con el pasado- era derribar, negar, atacar. Labor antipática hasta la exageración. Galdós, el más genuino y genial novelador de aquella España de lo pasado y del pasado, era el enemigo más considerable, el más difícil de vencer. Y, como por razones era inatacable, se le atacó con el ácido más corrosivo de la envidia y de la inquina: EL SILENCIO...  

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