El día que morí hacía frío. Yo lo sentía en mis huesos y en mis carnes, y me extrañaba saber que podía ser así teniendo en cuenta que estaba muerta. El día que morí, al sol se le olvidó salir, y fue el día mas oscuro jamás vivido, valga la paradoja. No me hago ilusiones pensando que fue por mi muerte, simplemente era un día nublado y seguramente el sol salió en muchas otras partes del mundo.
El día que morí, tenía puesta una vieja bata llena de bolas. Menuda faena, yo que en vida había cuidado siempre mi indumentaria hasta la exageración. Lo peor es que no podía quitarmela y cambiarme, y entonces supe que los muertos se ven a ellos mismos para siempre con la ropa que llevan al fallecer, como si los ropajes se murieran también junto a sus dueños.
El día que me morí recuerdo muchas cosas, pero una especialmente. La sonrisa que se dibujó en ti rostro y el gesto de alivio. Y que de tus labios salieron dos palabras: ¡por fin!.
Presencias Invisibles
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