miércoles, 4 de mayo de 2011

Puedes engañar al diablo 3 ó 4 veces, no tientes demasiado a tu suerte.



Los arquitectos de una catedral de Francia, estaban desesperados por los muchos inconvenientes que encontraban para llevar a buen término la obra, pues el edificio estaba casi terminado.
Repetidos accidentes impedían la culminación del proyecto. Andamios que se desmoronan, piedras que se rompen, obreros cayendo desde las alturas, etc.

El arquitecto general no sabía qué hacer. Se había fijado ya la fecha de la consagración y los obreros vieron, con espanto, que una de las bóvedas presentaba unas alarmantes grietas.

La víspera de la fecha señalada para la solemne consagración, un desconocido se presenta al arquitecto y le ofrece su ayuda para reparar el daño.

"-¡Demasiado tarde! - exclama el arquitecto- Tendremos que aplazar la ceremonia.

-No es necesario - dice el desconocido.

-¿Ignoráis que debe celebrarse mañana?

-No.

-¡Mirad las grietas! - clama apesadumbrado el arquitecto. Ni poniendo a trabajar a todos mis operarios podrían ser reparadas en una noche.

-Os equivocáis.

-Pero...

-Puedo ayudaros y yo no necesito a vuestros obreros.

-El arquitecto se fijó con más atención en el extraño desconocido, asaltado por un turbador presentimiento -¿Quién sois? - preguntó.

¡Ja, ja! - sonrió  la oscuridad por el visitante-. Tengo casi tantos nombres como hay estrellas en el firmamento. Abadón; Adramelech, Amón, Apolión; Beherit; Marduck...

-Entonces...

-Soy el que estáis pensando.

-¡Atrás demonio! - levanta horrorizado su mano el arquitecto. ¡No  necesito tu ayuda?

-¿Estáis seguro?

-Yo...

-Mañana tendréis que soportar las burlas de todos. Esas grietas de la bóveda serán la evidencia de vuestro fracaso y poca precisión en los cálculos, testigo de vuestra incompetencia.

-Afrontaré mi derrota.

-Y ¿también la horca?

-¿La horca?

-Sí.

-Pero...

-Vuestros enemigos se regocijarán de vuestra incompetencia; os harán responsable de haber malgastado los fondos del erario público, de la muerte de los obreros...

-¡Basta! ¡No quiero escucharos!

-Hacéis mal en nombre del bien.

-¡Me enfrentaré al descrédito y a la muerte antes de perder mi alma!

-¿De qué alma habláis?

-¡De la mía!

El desconocido soltó una carcajada.

-¡De qué os reís?

-De vuestra ingenuidad y necedad.

-¿Cómo? ¿Acaso no debo entregaros mi alma a cambio de vuestra ayuda?

-No.

-¡No debo firmar un diabólico pacto con mi propia sangre?

-¡No!

-¿Qué queréis?

-Un alma. No es necesario que sea la vuestra. Me conformo con la del primer ser vivo que entre en la catedral.

-Pero yo...

-Como estáis advertido, esto os deja a salvo.

-No, yo no puedo consentir que...

"En aquel momento, la bóveda, con gran estruendo se desploma sobre el suelo.-¡No! - se desespera el arquitecto.

-No os lamentéis - dice el desconocido-. Aunque todo este gran edificio se hubiera convertido en un montón de ruinas, yo puedo reconstruirlo en un instante.

"El arquitecto acepta por fin el trato y el diablo, en las pocas horas que faltan para el amanecer, reconstruye la bóveda y pone a punto todo lo que faltaba para dar remate a la obra.

"Al día siguiente, cuando el cortejo aparece en la plaza, se escucha un gran alboroto. Un lobo negro, perseguido por unos cazadores, atraviesa el atrio y se refugia en la catedral.
"Resuena un grito de rabia del demonio enfurecido, pues, de acuerdo con el trato, en vez del alma de un noble o de un prelado, tiene que llevarse a los infiernos el alma de un lobo negro.

-E. Lirg-
(Parece que el diablo no se mostró excesivamente listo en aquello ocasión)




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