domingo, 21 de agosto de 2011

MUERTE EN EL CEMENTERIO




A aquella mujer le gustaban los cementerios. Su arte lúgubre, su estética y su historia. Se interesaba por las personas allí enterradas, sus vidas, sus misterios. Eso le servía para su Blog llamado "La Dama de Todos los Finales", en el que contaba sus vivencias, exponía sus fotos y contaba sus sensaciones.

Ese día, acudió a un cementerio de un pequeño pueblo en Andalucía. Allí estaban enterrados parte de sus antepasados. El dia era lluvioso y gris. El viento ululaba entre los cipreses y no había nadie en el camposanto. Sin embargo, empezó a sentir como si no estuviera sola. Al fin encontró la tumba de sus tatarabuelos. Descuidada, sucia y con un jarrón vacio. Se le había olvidado comprar flores, así que cogió un par de amapolas silvestres y las colocó en el ajado jarrón. Seguía sintiendo que no estaba sola y un escalofrío comenzó a recorrer su espina dorsal. Era muy extraño, porque estaba acostumbrada a pasar horas y horas en cementerios solitarios sin sentir el menor temor. Se imaginó que quizá. sus ancestros estaban contactando con ella y la llamaban. Más, si ello fuera así, entendía que la sensación habria de ser  de paz y amor, y no de inquietud y angustia. Oyó unos pasos a su espalda, y no tuvo tiempo siquiera de girarse. Unas manos le agarraron, y algo golpeó su cabeza con brutalidad. Después, una losa se desplazó, y sus huesos fueron a caer junto a los huesos cuyo ADN compartía. Lo último que vió antes de cerrar los ojos para siempre, fue el nombre de algunos de sus parientes junto al rostro de una virgen que parecía llorar. Quizá por ella.
Un hombre, el sepulturero que había estado acechando  sin ser visto a la  mujer bien vestida  con la cartera  en la mano, se encerró en su casa. Allí, sacó de sus ropas la cartera robada y extrajo su contenido. Tal como había supuesto, aquella mujer llevaba un buen fajo de billetes. Había merecido la pena matarla y arrojarla bajo aquella losa que llevaba años sin abrirse, pues nadie de la  familia allí enterrada vivía ya en el pueblo y él lo sabía muy bien. Esperaría a que entrara la noche, y una vez cerrado el cementerio quemaría sus ropas, todo lo que había en la cartera de su víctima y metería a la mujer en uno de los ataudes. Allí, nadie la buscaría y cuando la encontraran, sería un cadavez más, de los muchos que allí dormían su sueño eterno. Se rió para sus adentros. ¡La gente es idiota y tiene miedo de los difuntos! Más se olvidan, que el primer peligro para ellos, seguían siendo los vivos. Los vivos hambrientos de maldad y codicia.Como él.

Presencias Invisibles

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